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“Actualmente, la crianza es monstruosamente intensiva”

Eva Millet es autora de 'Hiperniños, ¿Hijos perfectos o hipohijos?', un libro en el que alerta de la hiperprotección actual de los padres

Una madre feliz con su hijo.

Los hiperniños son el producto de una hiperpaternidad a la hora de criar y educar a nuestros hijos, una crianza que les da todo, les protege de todo y se les indica lo que deben ser. Así de tajante se muestra Eva Millet, autora de Hiperniños ¿Hijos perfectos o hipohijos?, publicado por Plataforma Editorial. “La crianza en la actualidad es monstruosamente intensiva. Es una educación que provoca mucha ansiedad, tanto al niño como al padre. Al primero, por no conseguir los objetivos que le plantea su progenitor y sufre una presión constante; y por parte de los padres, por esa frustración de que su hijo no sea perfecto, que no llegue a ser lo que ellos pretenden o desean”.

Pregunta. ¿Qué ha ocurrido para que los padres sobreprotejamos a nuestros hijos?

Respuesta. Bueno, yo siempre recuerdo una frase de mi tío que era bastante clara: “Cuando erais pequeños y sufríais alguna crisis por no conseguir lo que queríais, erais un mueble para nosotros, no os hacíamos caso, dejábamos que se os pasara”. Ahora, hemos pasado de ser este mueble a ser un altar. Antes, hacer este time out con los pequeños era algo normal, ahora el niño ha pasado a ser el dios de la casa, lo que le lleva muchas veces a no saber tolerar la frustración, a enfadarse por tonterías y a que muchas veces sus padres se le toleren. La sobreprotección infantil produce niños altar, lo que les convierte en hiponiños, pequeños que no saben defenderse, que no son autónomos, porque se lo dan todo hecho. Se lo están dando todo resuelto.

P. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuáles son las causas?

R. Hay cinco causas fundamentales. Primero, es un tema meramente demográfico, ese número de 1,3 hijos de media por cada español. Segundo, cada vez se tienen los hijos más tarde, por lo que, normalmente, son hijos muy deseados sobre los que suele pesar un plan estrictamente planificado. En tercer lugar, están los bebés milagro, aquellos que no se esperan y que han conllevado largos meses de tratamiento. En cuarto, el fin de la familia extensa, lo que se denomina hoy tribu, en la que todo el mundo podía opinar sobre la educación. Ahora, la familia es nuclear y blindada. Los padres son los principales responsables del destino de ese pequeño, lo que nuevamente producirá mucha angustia por su futuro. Y, por último, y no ello menos importante, la gran oferta que existe en la actualidad para que tu pequeño sea todo lo que tú quieras que sea.

Un chaval suspende un examen y se frustra.

P. ¿Cuáles son las consecuencias negativas de criar hiponiños?

R. La principal consecuencia es el estrés brutal al que estamos exponiendo a estos pequeños, les estamos exigiendo muchísimo, quitándoles tiempo para jugar. Lo que es terrible. Además, hay que sumarle la ansiedad de los padres en torno a hacer mal las cosas, a no estar satisfechos. Todo esto impide que el niño averigüe lo que quiere saber, impidiendo que tenga armas que le permitan decidir y ser autónomo.

P. ¿Niños hipoactivos, adolescentes ansiosos?

R. La ansiedad en la adolescencia es un problema grave y muy actual. El último informe del Plan Nacional de Drogas, por ejemplo, concluía que uno de cada seis jóvenes toma benzodiazepinas ante situaciones cotidianas como una ruptura sentimental o afrontar los exámenes. Y, además, señala que el consumo de las mismas ya supera al de tabaco o alcohol. Esto es muy grave.

P. ¿Qué consecuencias tiene todo esto en la sociedad actual?

R. En la actualidad, existe una falta de empatía innegable. Hemos confundido el tener derechos, con saltarnos las normas. Ahora no hay deberes, no hay una educación en deberes. Se está perdiendo la idea de comunidad para pasar a una sociedad yoísta, en la que se produce el “yo creo, porque yo lo genero”.

P. ¿Estamos a tiempo de dar un vuelco a todo esto?

R. Claro que estamos a tiempo. Solo nos tenemos que parar y relajarnos. Y ser capaces de tener una sana desatención con nuestros hijos. Yo siempre pongo un ejemplo: cuando un niño se cae, muchas veces los padres corren a socorrerlo. No lo hagas, espera a que se levante solo. También es importante que no les preguntemos constantemente a los niños lo que quieren, con cosas como ¿qué quieres cenar?, ¿te quieres ir a dormir ya?, esto es una tendencia que se ha visto impulsada por la idea, para mí, errónea de democratizar la familia. La familia es una jerarquía y los padres son los que mandan, obviamente, dentro de los límites del respeto. Otra cosa que me sorprende mucho es que antiguamente alguien te preguntaba qué tal estaba tu hijo y la respuesta era simple: bien. Ahora, parece que nuestro hijo debe representar nuestro propio estatus, que define lo bueno o malo que somos como padres.

P. ¿Afecto con límites o sin límites?

R. La respuesta es obvia: con límites. El pequeño tiene que saber que tiene unas responsabilidades que debe cumplir y que hay cosas que no se hacen. Es una forma de educar el carácter, de que el joven tenga herramientas para ser autónomo. Y la relación de confianza que se crea de esta manera es más fuerte. Y la empatía también es esencial. Educar en empatía es proporcionar a nuestros hijos que sean capaces de ponerse en el lugar del otro, y no solo hay que enseñárselo a ellos también sería imprescindible para muchos padres.

 

 


 

Los hijos no se “pierden” en la calle, sino dentro de casa

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Los hijos no se “pierden” en la calle. De hecho, esa pérdida se inicia en el propio hogar con ese padre ausente, con esa madre siempre ocupada, con un cúmulo de necesidades no atendidas y frustraciones no gestionadas. Un adolescente se desarraiga tras una infancia de desapegos y de un amor que nunca supo educar, orientar, ayudar.

Empezaremos dejando claro que siempre habrá excepciones. Obviamente existen niños con conductas desadaptativas que han crecido en hogares donde hay armonía y adolescentes responsables que han conseguido marcar una distancia de una familia disfuncional. Siempre hay hechos puntuales que se escapan de esa dinámica más clásica donde lo acontecido día a día en una casa marca irremediablemente el comportamiento del niño en el exterior.

En realidad, y por curioso que parezca, un padre o una madre no siempre termina de aceptar este tipo de responsabilidad. De hecho, cuando un niño evidencia conductas agresivas en un centro escolar, y se toma contacto con los padres por parte del tutor, es habitual que la familia culpabilice al sistema, al propio instituto y a la comunidad escolar por “no saber educar”, por no intuir necesidades y aplicar adecuadas estrategias.

Si bien es cierto que en lo que se refiere a la educación de un niño todos somos agentes activos (escuela, medios de comunicación, organismos sociales…), es la familia la que hará germinar en el cerebro infantil el concepto de respeto, la raíz de la autoestima o la chispa de la empatía.

Te proponemos reflexionar sobre ello.

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Los hijos, el legado más importante de nuestro futuro

H. G Wells dijo una vez que la educación del futuro iría de la mano de la propia catástrofe. En su famosa obra “La máquina del tiempo”, visualizó que para el año año 802.701, la humanidad se dividiría en dos tipos de sociedad. Una de ellas, la que vivíría en la superfice, serían los Eloi, una población sin escritura, sin empatía, inteligencia o fuerza física.

Según Wells, el estilo educativo que predominaba en su época ya apuntaba resultados en esta dirección. El inicio de las pruebas estandarizadas, de la competitividad, de las crisis financieras, del escaso tiempo de los padres para educar a sus hijos y de la nula preocupación por incentivar la curiosidad infantil o el deseo inherente por aprender hacían ya que, en aquellos albores del siglo XX, el célebre escritor no augurara nada bueno para las generaciones futuras.

No se trata de alimentar pues tanto pesimismo, pero sí de poner sobre la mesa un estado de alerta y un sentido de responsabilidad. Por ejemplo, algo de lo que se quejan muchos terapeutas, orientadores escolares y pedagogos es de la falta de apoyo familiar que suelen encontrarse a la hora de hacer intervención con ese adolescente problemático, o con ese niño que evidencia problemas emocionales o de aprendizaje.

Adolescente sola

Cuando no hay una colaboración real o incluso cuando un padre o una madre desautoriza o boicotea al profesional, al maestro o al psicólogo, lo que conseguirá es que el niño, su hijo, continúe perdido. Aún más, ese adolescente se verá con más fuerza para seguir desafiando y buscará en la calle lo que no encuentra en casa o lo que el propio sistema educativo tampoco ha podido darle.

Niños difíciles, padres ocupados y emociones contrapuestas

Hay niños difíciles y demandantes que gustan actuar como auténticos tiranos. Hay adolescentes incapaces de asumir responsabilidades, y que adoran sobrepasar los límites que otros les imponen acercándose casi hasta la delincuencia. Todos conocemos más de un caso, sin embargo, hemos de tomar conciencia de algo: nada de esto es nuevo. Nada de esto lo ocasiona Internet, ni los videojuegos ni un sistema educativo permisivo.

Al fin y al cabo estos niños evidencian las mismas necesidades y conductas de siempre contextualizadas en nuevos tiempos. Por ello, lo primero que debemos hacer es no patologizar la infancia ni la adolescencia. Lo segundo, es asumir la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno, bien como educadores, profesionales de la salud, divulgadores o agentes sociales. Lo tercero y no menos importante, es entender que los niños son sin duda el futuro de la Tierra, pero antes que nada, son hijos de sus padres.

Reflexionemos a continuación sobre unos aspectos importantes.

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Los ingredientes de la auténtica educación

Cuando un profesor llama a una madre o a un padre para advertirles de la mala conducta de un niño, lo primero que siente la familia es que se está poniendo en tela de juicio el amor que sienten por sus hijos. No es cierto. Lo que ocurre, es que a veces ese afecto, ese amor sincero se proyecta de forma errónea.

  • Querer a un hijo no es satisfacer todos sus caprichos, no es abrirle todas las fronteras ni evitar darle negativas. El amor auténtico es el que guía, el que inicia desde bien temprano un sentido real de responsabilidad en el niño, y que sabe gestionar sus frustraciones dando un “NO” a tiempo.
  • La educación de calidad sabe de emociones y entiende de paciencia. El niño demandante no detiene sus conductas con un grito o con dos horas de soledad en la propia habitación. Lo que exige y agradece es ser atendido con palabras, con nuevos estímulos, con ejemplos y con respuestas a cada una de sus ávidas preguntas.

Hemos de tomar conciencia también de que en esta época donde muchas mamás y papás están obligados a cumplir jornadas de trabajo poco o nada conciliadoras con la vida familiar, lo que importa no es el tiempo real que compartamos con los hijos. Lo que importa es la CALIDAD de ese tiempo.

Los padres que saben intuir necesidades, emociones, que están presentes para guiar, orientar y para favorecer intereses, sueños e ilusiones, son los que dejan huella y también raíces en sus hijos, evitando así que esos niños las busquen en la calle.

 

CRÍA NIÑOS SIN LIMITES Y TE "SACARÁN LOS OJOS" 

La importancia de un "NO" a tiempo

 

En la crianza de los hijos, en ocasiones, la falta de límites impuestos por los padres pueden llegar a jugar en contra de los padres.

Cuando te encuentras ante el momento de educar a tus hijos, te surgen muchas dudas, sobre todo, cuando se trata de marcar los límites. Puede pasar que tengas dudas y sientas que no eres un buen padre o madre cuando tomas ciertas decisiones para establecer tus normas. Algunas de las preguntas que te puedes hacer son aquellas del tipo: ¿Lo estoy haciendo bien? ¿He tomado la decisión correcta? ¿Por qué siento que mi decisión no es la correcta?

 

 

¿Qué es y no es un límite?

Muchos padres ven los límites como algo negativo porque piensan que al ponerlos, no tienen en cuenta la opinión de sus hijos, pero la palabra límite no es sino enseñarlos. Poner límites no significa que te enfades con tus hijos, sino que con ellos, lo que estás haciendo es ayudarles a que aprendan algo.

Cuando estás haciendo la dura labor de educar, más de una vez, tendrás que decir “no” a cosas que consideras que no se pueden o deben hacer, y de esta manera, enseñas al niño que, a veces, no se consiguen las cosas en el mismo instante en que lo quiere. Educar también significa que, ciertos comportamientos o decisiones, tendrán consecuencias que habrá que aceptar y corregir. Para que aprendan ésto, no es necesario que grites a tu hijo, simplemente, muéstrale de forma calmada y con claridad lo que quieres transmitirle y, por supuesto, evita amenazas que nunca llevarás a cabo. Es importante cumplir siempre lo que se dice frente a os niños.


 

Papá, ¿me compras esta golosina?

Imagina que tu hijo te pide que le compres una golosina, pero tú consideras que no es el momento de hacerlo, por lo que le dices que no la comprarás. En ese momento, tu hijo lleno de rabia, se pone a llorar y patalear. Te avergüenzas porque la gente se queda mirando, así que, para que deje de comportarse de esa manera, le compras la golosina. Tu hijo deja de llorar, y tú, puedes seguir con lo que estabas haciendo.

Con este ejemplo, lo que se quiere mostrar es que, si cedes ante la petición de tu hijo, dejará de llorar y tú, dejarás de sentir vergüenza porque todos te miran, pero el pequeño aprende que si utiliza ese mismo tipo de comportamiento cuando quiere algo, lo va a conseguir.

Patterson y su trampa del refuerzo negativo

Patterson explica muy bien lo que te mostrábamos en el ejemplo anterior y cómo para los padres es mucho más fácil ceder ante las peticiones de sus hijos. Pero, has de saber que, a largo plazo, este tipo de comportamiento se repetirá más a menudo y el problema será mucho mayor.


La trampa del refuerzo negativo de Patterson explica que cuando en situaciones como ésta los padres ceden, los dos, padres e hijos, se sienten mejor, los padres porque consiguen que los hijos se calmen y no molesten, y los hijos porque consiguen lo que quieren, pero de esta forma, hacen que aumente la probabilidad de que con el tiempo, las rabietas sean más frecuentes.

A corto plazo, se obtienen resultados positivos, pero a largo plazo, los resultados pueden llegar a ser no tan buenos ya que el niño, aprende a manipular a sus padres mediante ese tipo de rabietas y las usarán con más frecuencia. Otra consecuencia negativa, será que el comportamiento de los hijos será incontrolable, a no ser que consigan aquello que quieren.

Las consecuencias de la falta de límites


Cuando no pones límites a tus hijos, por lo general no toleran la frustración, les cuesta controlarse, y no llevan muy bien cumplir las normas; suelen manipular a los demás, y les hacen sentir mal para conseguir lo que quieren. Suelen ser impertinentes, exigen privilegios, no son constantes ni se esfuerzan, no tienen paciencia, son poco colaborativos, tienen problemas de conducta llegando a ser agresivos e incluso pueden llegar a romper cosas.

Cuando nos encontramos ante un trastorno de la conducta (negatividad, ruptura de normas), por lo general, tenemos ante nosotros a un niño cuya educación carece de límites, y es él y no sus padres, quien manda y decide.


Si no lo educas tú, ¿quién lo hará?

Teresa Rosillo, psicóloga, contaba en una entrevista que: “los padres se han olvidado de decir a los niños que ellos son los que están al mando”. Es bastante habitual encontrar hogares en los que los niños son los que toman las decisiones y los adultos se adaptan a ellos y sus caprichos.

No debes olvidar que, una de las funciones principales como padre, es educar para que tus hijos puedan autoregularse, pero, para ello, antes tiene que haber alguien que ponga reglas desde fuera: los padres. Esto implica que hay que enseñarles lo que es o no correcto, a aceptar cuando se les dice que no a algo, a ser pacientes y esperar y, enseñarles lo que es la frustración y cómo dominar esa sensación.

No, educar a un niño no es nada fácil, pero como padre, eres tú quien tiene que asumir ese trabajo.

 

 

DECÁLOGO PARA PROTEGER A LOS MENORES EN INTERNET 

1.- Los padres deben aprender a utilizar la misma tecnología que sus hijos. Cuando los padres desconocen los entornos en los que se mueven sus hijos se crea una gran distancia entre ambos que se traduce en falta de autoridad ante ellos porque son conscientes de que los adultos no tienen experiencia en ese ámbito.

2.- Utilizar contraseñas robustas. En un estudio realizado por Hijosdigitales.es se advertía de que sólo el 40% de los usuarios reconocen cambiar con frecuencia sus contraseñas. Se recomienda el uso de contraseñas robustas (aquellas que contienen letras mayúsculas y minúsculas, signos de puntuación y caracteres alfanuméricos), diferentes en cada Red Social y que sean modificadas con cierta frecuencia para evitar posibles acciones de hacking.

3.- No aceptar a extraños como amigos. Aceptar a desconocidos en las Redes Sociales puede suponer un grave peligro para los menores, que no saben si en realidad detrás de los perfiles hay chavales de su edad o adultos con algún tipo de intención perniciosa. Es importante hacer hincapié sobre esto en un contexto en el que los jóvenes miden su estatus por la actividad y el número de amigos que tienen en Redes Sociales.

4.- Cuidado con la webcam. Pocas familias son conscientes de los riesgos asociados a las webcams (ya vienen incluso integradas en tablets y ordenadores portátiles). Si un ordenador es hackeado, la cámara puede ser activada por control remoto aunque parezca que está apagado. Problema que aumenta cuando el dispositivo está en la habitación del menor por la posibilidad de grabarle en su intimidad, desnudo, etc.

5.- No enviar fotos íntimas. Enviar por Whatsapp fotografías de contenido erótico es uno de los mayores peligros. El menor suele considerar que sólo las verá aquella persona que ha seleccionado, pero una vez enviada se pierde el control sobre la utilización de la misma desembocando en situaciones altamente delicadas como chantaje o acoso.

6.- Cuidado con lo que se comparte. En la Red todo es público, se tarda muy poco en subir una foto, pero toda una vida en intentar eliminarla de buscadores y entornos online.

7.- La mejor medida de protección es la educación. El ordenador en el comedor sirve de poco, los jóvenes deben conocer cómo utilizan las Nuevas Tecnologías de una forma segura, qué acciones constituyen delitos digitales (como por ejemplo, robar wi-fis o subir fotografías de otros sin su consentimiento) y los peligros a los que se pueden enfrentar.

8.- No utilizar wi-fis públicas. Muchas de las redes inalámbricas que los establecimientos ponen a disposición de los clientes no garantizan la seguridad suficiente para navegar con tranquilidad y, en ocasiones, pueden aparecer en el listado de redes “wi-fi libre” o alguna que no requiera autenticación que son “cebos” para hacerse con el control de nuestro smartphone y tener acceso a toda nuestra información.

9.- Configurar correctamente la privacidad de las cuentas en las Redes Sociales. Hay que controlar qué información se comparte con los contactos y qué datos son accesibles a todo el mundo, por eso es importante leer con detenimiento las opciones que se presentan y escoger la opción más restrictiva.

10.- Para evitar que nuestros dispositivos sean hackeados, es importante que el navegador, el sistema operativo y el antivirus estén correctamente actualizados.


Los diez mandamientos para educar a tus hijos

 


 

 

LA IMPORTANCIA DE REPASAR DURANTE LAS VACACIONES

¿Qué límites podemos poner a los niños? 

Los niños necesitan límites que les sirvan de guía para su conducta y propicien un desarrollo sano y la formación de una identidad madura y responsable.

Los límites y las reglas, serán las orientaciones que sirvan de base para regular la propia conducta. A través de ellos los pequeños diferenciarán lo que pueden de lo que no pueden hacer, y aprenderán que sus actos (buenos y malos), tienen consecuencias de las cuales, ellos son los responsables.

Sin embargo poner límites no siempre es algo sencillo. En muchas ocasiones no sabemos cuándo nos estamos pasando o  nos quedamos cortos, no tenemos claro las reglas y no se las transmitimos de forma clara. Cuando esto ocurre y educamos a los pequeños sin límites las consecuencias son muy negativas. Es fundamental aprender a poner límites a los niños.

El secreto para poner límites: Aprender a poner límites a los niños.

Aunque educar con límites puede parecer algo complicado, podemos aprender con algunas nociones básicas. Lo más importante es tener claro los límites que queramos poner, y la manera de hacerlo.

  • ¿Qué límites podemos poner a los niños? Los límites, no son más que un conjunto de reglas que guíen la conducta de nuestros pequeños. Los límites, por lo tanto, deben estar adaptados al pequeño (edad, nivel de desarrollo, madurez,…) y a las necesidades familiares (horarios, responsabilidades, etc…). Como regla general es importante establecer normas sobre los horarios, pequeñas responsabilidades (tareas domésticas como poner la mesa, tareas personales como vestirse solo,…), y aquellas cosas que no pueden hacer (saltar en el sofá, gritar, etc…).
  • ¿Cómo deben ser los límites?El secreto para poner límites a los niños es la claridad, la constancia, coherencia y firmeza. Los límites tienen que estar claros en su definición (ser perfectamente entendidos por el niño) y deben quedar claros en cualquier momento, no sirve de nada poner límites inconstantes que sean válidos en algunas ocasiones y en otras no. Los límites tienen que ser coherentes, que tengan algún sentido para que los pequeños los asimilen de forma natural y espontánea. En su aplicación tenemos que ser firmes. No podemos saltarnos los límites cuando nos parezca.

Consecuencias de no poner límites

Cuando no ponemos límites a los niños puede dar lugar a graves consecuencias para su desarrollo. Los límites les sirven de base para desarrollar su responsabilidad y la autorregulación de la conducta. Además les proporcionan seguridad, el niño sabe lo que tiene que hacer y sabe lo que ocurre si no lo hace y con ello se favorece una sana autoestima, así como el desarrollo de la autonomía y la confianza en sí mismo.

Cuando no ponemos límites, tenemos consecuencias como:

  • Faltas de respeto.
  • Baja autoestima.
  • Inseguridad y poca confianza en sí mismo.
  • Malas conductas.
  • Consecuencias para su futuro, como dificultad para adaptarse a horarios y exigencias laborales, poca responsabilidad, inmadurez, etc.

 

Aprender a poner límites a los niños: Pautas para poner límites a los niños

  1. Establece los límites (reglas), de manera consensuada con los niños. Si ellos se involucran, interiorizan la norma y tratan de cumplirla por convencimiento y no por obligación.
  2. Define los límites de forma clara y concreta de modo que los pequeños puedan entenderlo.Evita las definiciones generales y poco concisas del tipo pórtate bien, no te portes mal. Explícale que tipo de conductas consideras portarse bien o portarse mal.
  3. Los límites tienen que ser coherentes y adecuados a la edad y nivel de desarrollo. Por ejemplo poner la mesa, recoger los juguetes, obedecer, etc.
  4. Es fundamental mantenerse constante y firme en la aplicación de los límites.
  5. Aprender a poner límites a los niños es cosa de todos los miembros de la familia. Es muy importante que todos mantengamos los mismos límites.
  6. Sirve de ejemplo, los límites valen para todos. Tú tampoco puedes saltarte las reglas.
  7. Aprender a poner límites a los niños, implica educarles para que sean responsables, es muy importante que entiendan el sentido de los mismos. Por ello habla con ellos y explícales por qué ponemos límites y por qué no cumplirlos tiene consecuencias.
  8. Refuerza cuando cumplan con lo establecido.

 

Celia Rodríguez Ruiz

Psicóloga y Pedagoga


CIRCULAR DE LA EMPRESA DE COMEDOR ARAMARK 

INFORMACIÓN SOBRE EDUCACIÓN

Esta información trata sobre la educación de los hijos. Consta de varias páginas en las cuales se dan respuestas a preguntas que todos los padres nos hacemos.

Esperamos que les sea útil. 

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 5 razones para dejar de gritar a tus hijos y 10 claves para conseguirlo

La mayoría de los padres piensan que deberían dejar de gritar a sus hijos pero luego, sin darse ni cuenta, se sorprenden a sí mismos recurriendo una y otra vez al grito. Parece que nuestros hijos no obedecen hasta que, hartos de repetir la misma orden, se la gritamos. Es verdad que el grito llama su atención en un primer momento, pero a la larga dejará de tener efecto y entonces ¿qué haremos? ¿Gritar más fuerte, gritar más rato, vivir a gritos?

¿Es posible educar sin gritar?

 Evidentemente sí. De hecho debería ser nuestra elección. Nuestros hijos han aprendido a no obedecer hasta que nos ven realmente enfadados y este es un mal hábito que han adquirido. Por lo tanto, es un hábito que debemos hacer desaparecer y generar uno más saludable. Gritar entrena a nuestros hijos a no escuchar hasta que se les levanta la voz. Cuanto más lo usamos, más los entrenamos y más nos costará que obedezcan sin necesidad de gritar.

 Dejar de gritar no es fácil porque supone tener un gran autocontrol sobre nuestras emociones sobre todo de la ira y la rabia que nos genera ver la desobediencia diaria en nuestros hijos. Es un entrenamiento que lleva tiempo. Primero sabremos frenarnos al minuto de estar chillando, pero poco a poco, seremos capaces de frenar antes de empezar a gritar, es cuestión de proponérselo, es cuestión de añadirlo a la lista de objetivos del 2015.

 Y para que vosotros hagáis como yo y pongáis este deseo en vuestra lista, os voy a dar 5 razones para dejar de gritar a vuestros hijos que os convencerán:

 

  1. Gritar convierte a los niños en sordos

 

Cualquier explicación o aprendizaje que queramos darles con el grito será inútil, porque los oídos de nuestros hijos se cierran automáticamente después de oírlo. Después de una interacción negativa nadie está dispuesto a escuchar con verdadera atención y con ganas de aprender y mejorar, eso solo se consigue con interacciones positivas. Si queremos hacer mejores a nuestros hijos, no lo conseguiremos a gritos.

 

  1. Gritar no ayuda a gestionar las emociones

 

Nosotros somos un ejemplo de comportamiento de nuestros hijos. Cuando perdemos el control y gritamos, lo que les enseñamos es a gestionar la ira y la rabia con agresividad. Conseguiremos unos adolescentes llenos de rabia que gritan y pierden el control delante de la explosión de emociones que se tiene en esa etapa evolutiva. Si nosotros ayudamos a nuestros hijos a gestionarlo de otra manera, con autocontrol, con calma, hablando abiertamente de las emociones en casa, ellos aprenderán a dar respuestas más adecuadas a la ira y a la rabia. Si oyes gritos aprendes a gritar.

 

  1. Gritar asusta a nuestros hijos

 

Ellos sienten miedo al principio y después rabia e impotencia. ¿Es miedo lo que queremos que sientan nuestros hijos? Seguro que no, nuestra intención cuando gritamos es que obedezcan, que aprendan, que hagan lo correcto, que nos respeten, etc… pero no queremos provocarles miedo. Por lo tanto, con nuestra actitud no conseguimos el efecto que queremos: el respeto se gana respetando, la obediencia se gana con paciencia, los aprendizajes requieren un tiempo y un esfuerzo y que hagan lo correcto dependerá en gran medida de nuestro propio comportamiento.

 

  1. Gritar los aleja

 

Cada vez que les gritamos, ponemos una piedra de un muro que nos separa. Perdemos autoridad positiva, perdemos respeto, perdemos comunicación, ganamos distancia, ganamos frialdad en las relaciones, ganamos más gritos y ganamos malestar emocional.

 

  1. A más gritos, menos autoestima

 

Educar a gritos tiene un efecto nefasto sobre la autoestima de nuestros hijos. Lejos de sentir que estamos orgullosos de sus logros y sus esfuerzos, lo que sienten es que nunca están a la altura, hagan lo que hagan, siempre aparecen los gritos y borran cualquier sentimiento de haber hecho algo bien.

  

Pero ¿Cómo conseguimos dejar de gritar?

 

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  1. Adquirir un compromiso

 Será como un pacto de familia donde nos comprometemos a dejar de gritar y a hablar con respeto. Diremos a nuestros hijos que estamos aprendiendo a hacerlo y que nos tendrán que ayudar, que es probable que cometamos errores pero que si tienen paciencia cada vez lo haremos mejor.

 

  1. Nuestro trabajo como padres es controlar nuestras emociones

 

Con el manejo de nuestras emociones les enseñamos a controlar las suyas. Si somos un buen ejemplo, ellos serán mejores. Por lo tanto, debemos empezar a trabajar con nuestras emociones, lo que sentimos, lo que transmitimos y como lo controlamos. Es un entrenamiento que requiere tiempo y esfuerzo.

 

  1. Recordar que los niños deben actuar como niños

 

Son cientos las veces que he oído decir a los padres en consulta:

 

  • Es que tengo que repetirle mil veces que se vista. Cada mañana es la misma historia. Está claro que le gusta verme enfadado/a
  • ¿Cuántos años tiene su hijo/a?
  • Cinco años. Yo creo que ya sabe lo que debe hacer pero solo piensa en jugar.

 

Ante esto, yo siempre digo lo mismo: lo que realmente me preocuparía es que usted se sentara en esa silla y me dijera que su hijo/a de cinco años se viste solo/a cada mañana sin necesidad de que usted le recuerde lo que debe hacer. Porque entonces seguro que habría algún problema. Los niños deben jugar, es lo que les toca a esa edad y nosotros somos los encargados de recordarles cada día sus obligaciones. Es nuestro trabajo de padres. Si nuestro jefe nos dijera que cada día tenemos que recordar al conserje que debe encender la luz, lo haríamos a diario, sin pensar si el conserje lo debería hacer por si solo o no. Pues con nuestros hijos es lo mismo, cada día debemos recordarles las mismas cosas hasta que adquieran el hábito y entonces tendremos que recordarles las siguientes. Es un trabajo que nunca acaba.

 

Dejar de gritar a los niños

 

  1. Dejar de reunir leña

 

Cuando tienes un mal día, cualquier chispa encenderá el fuego. Date un momento, haz algo que te haga sentir mejor y deja de reunir leña para el fuego. En algún momento tienes que parar.

 

  1. Ofrecer empatía cuando tu hijo expresa cualquier emoción

 

Cualquier emoción, buena o mala, debe ser escuchada. Para mostrar empatía debemos hacer entender a nuestro hijo que entendemos cómo se siente. Así aprenderán a aceptar sus propios sentimientos que es el primer paso para aprender a manejarlos. Una vez que los niños pueden manejar sus emociones, podrán manejar también su comportamiento.

  

  1. Trata con respeto a tu hijo

 

Cuando los niños son tratados con respeto sienten más ganas de portarse bien y de tratar con respeto a los demás. Simplemente debes entender que tu hijo merece tu respeto más que cualquier otra persona.

 

  1. Cuando te enojas, STOP

 

Para, cierra la boca. No hagas nada ni tomes decisiones. Respira hondo. Si ya estás gritando para en medio de la frase. No sigas hasta que no estés tranquilo. Hablar, castigar o actuar cuando uno está enojado aumenta notablemente la probabilidad de tomar malas decisiones, de gritar en vez de hablar, de usar castigos exagerados y poco educativos y actuar de manera desproporcionada.  Le invitamos a leer nuestro post las 10 claves para usar bien el castigo.

 

  1. Respira y date cuenta de tus sentimientos

 

Cuando te enfades con tu hijo/a y sientas ira y rabia, aléjate de la situación si es posible y respira. Lávate la cara y piensa en lo que hay debajo de esa ira que suele ser miedo, tristeza y decepción. Date un espacio para sentirlo y llora si así lo sientes, después verás como la ira desaparece.

 

  1. Encuentra tu propia sabiduría

 

Analiza la situación de manera objetiva. Ahora que ya no sientes ira, será más fácil. Piensa en qué quieres conseguir y cuál es la mejor manera de hacerlo. Quieres que tu hijo te obedezca, ten paciencia y repite la norma las veces que haga falta, incluso ayúdale físicamente a hacerlo, cógele de la mano y guía sus pasos. Quieres que tu hijo te respete, enséñales con el ejemplo. Quieres educar bien a tu hijo, hazlo desde el reconocimiento y desde el afecto no desde los gritos y los castigos. Fija tus objetivos y fija también tus pasos. Los aprendizajes requieren tiempo y paciencia, tu hijo no lo puedo aprender todo a la primera, más bien es al contrario, no aprenderá nada a la primera.

 

  1. Adopta medidas positivas, busca un lugar tranquilo

 

todos hemos vivido esos momentos de tensión en casa, momentos que generan un gran malestar emocional y que cada movimiento no hace más que aumentar la tensión. Unos gritan, otros lloran, nadie hace lo que debe hacer y parece que nada puede parar esa ira. ¿Qué podemos hacer?

 

  • Pide a tu hijo un time-out: tiempo fuera. Uno en cada sitio hasta que se desvanezca la ira.
  • Pídele disculpas.
  • Ayuda a tu hijo a gestionar la rabia que siente, que se sienta comprendido, explícale que tú también te sientes así a veces.
  • Busca un lugar tranquilo donde esconderos, debajo de una gran sábana para dejar pasar de largo la ira y la rabia.
  • Lee un cuento tras otro, hasta que se desvanezca la rabia.

 

A veces, basta con dar un paso para ayudar a nuestro hijo a que se sienta mejor para que la ira desaparezca.

 Ayudando a nuestros hijos a gestionar bien sus emociones, aprenderemos mucho de las nuestras y seguro que esto nos hará a todos mucho mejores.

 

 

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